
La Navidad no siempre es brillante… y está bien
No todos los días de diciembre son alegres. Está bien sentirse cansado, triste o confundido entre tanto festejo. Normalizar lo que sientes es un regalo que puedes darte a ti mismo


Suena el villancico número 18 del día, el grupo familiar está discutiendo si el pavo lleva ciruelas o no, y tú… tú solo querías un diciembre tranquilo.
No tienes ganas de fiesta, ni de fotos grupales, ni de hacer el papel de “persona equilibrada” cuando por dentro estás en modo “cocktail emocional”.
Y está bien.
Porque mientras todos parecen vivir en un comercial de Navidad con luces perfectas y sonrisas sincronizadas, tú quizá estás pensando en el trabajo, en la economía, en una ausencia que duele, o simplemente en que preferirías una siesta de tres horas.
Tu cerebro, ese simpático generador de dramas y análisis existenciales, no se toma vacaciones.
El problema es que la Navidad tiene una fama injusta: la de obligarte a sentirte feliz sí o sí, como si hubiera un manual secreto titulado “Cómo ser la persona más festiva del universo en 10 pasos simples”.
(Spoiler: ese manual no existe, y si existiera, sería una estafa).
Las emociones no tienen calendario
La ciencia y el sentido común coinciden: las emociones no esperan a enero para ordenarse ni a diciembre para ponerse brillantes.
A veces estás bien, a veces no tanto, y a veces estás en ese limbo emocional tipo:
“Estoy feliz, triste, ansioso, nostálgico y hambriento al mismo tiempo. Ayuda”.
Y eso también es humano.
El cerebro hace lo que puede con lo que tiene: activa recuerdos, compara el presente con el pasado, anticipa el futuro, mezcla todo, lo agita… y voilà: cóctel navideño emocional, servido en copa grande.
Normalizar = dejar de pelear con lo que sientes
No necesitas disfrazar tu estado emocional con purpurina.
No tienes que fingir entusiasmo si hoy solo te alcanza para un “estoy haciendo lo mejor que puedo”.
No eres menos agradecido por sentirte saturado.
No eres menos maduro por necesitar un respiro.
Normalizar significa:
Permitirte sentir lo que sientes.
No competir con emociones ajenas.
Dejar de actuar como si hubiera una forma correcta de vivir diciembre.
Y al final del día…
Si este diciembre vienes con emociones mezcladas, con ganas de alguien que no está, con cansancio acumulado o con expectativas que pesan, no estás fallando.
Estás siendo humano.
Con tus luces, tus sombras y tu capacidad infinita de encontrar pequeñas alegrías incluso en medio del caos (como ese primer sorbo de chocolate caliente que te reconcilia con la existencia).
La Navidad no necesita una versión editada de ti.
Solo necesita la real.
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